Este yacimiento es uno de los asentamientos más destacados de toda la cuenca mediterránea. Es la primera ocupación de los fenicios en la costa malagueña. Está situado en la periferia de la capital, pudiendo considerarse el germen de la fundación de Malaka.
Cronología
El pueblo fenicio se asentó en la desembocadura del Guadalhorce en el siglo VIII (o tal vez antes). Su abandono fue motivado por las devastadoras inundaciones derivadas tanto de su carácter insular y de una ubicación dentro de un cauce fluvial, como de la progresiva colmatación aluvial del primitivo estuario, consecuencia de la explotación forestal intensiva, para el abastecimiento de madera para la construcción naval y de su uso como combustible en los hornos numerosos alfareros.
Según indican los estudiosos, en el siglo V a.C. volvería a ser de nuevo ocupado para desarrollar actividades económicas, como la producción cerámica, pero no volvió a conocer un asentamiento estable de población.
Recursos económicos
El Cerro del Villar gozaba de condiciones estratégicas que lo convertían en un punto vital dentro de las rutas comerciales marítimas de la civilización fenicia. Además, este asentamiento se encontraba ubicado en la desembocadura del Guadalhorce, excepcional vía de comunicación terrestre con los poblados indígenas situados en la comarca cercana y con comunidades ubicadas en zonas más distantes, como las comarcas de Ronda y Antequera, la vega granadina y el Valle del Guadalquivir.
El curso bajo del Guadalhorce brindaba unas condiciones óptimas para la práctica de agricultura intensiva de regadío, propiciada por la abundancia de agua y la fertilidad de los limos acumulados. Los principales cultivos eran cereales, como la cebada y el trigo, la vid y el olivo.
La riqueza agrícola se complementaba con la práctica de otras actividades como la pesca y el marisqueo (principalmente, búsanos), y la explotación ganadera.
Producción de cerámica
La producción cerámica en el Cerro del Villar ocupó un lugar prioritario como demuestra la existencia de un taller de alfarería de principios del siglo VI a. C.: un gran edificio rectangular de unos trece metros de longitud, y con una división bipartita y uso de su zona exterior. Esta actividad contaba además con materia prima para su elaboración: las arcillas terciarias del valle del Guadalhorce y abundancia de agua.
Las piezas cerámicas más producidas eran las ánforas y los pithoi, recipientes de gran tamaño que tenían función de almacenaje de productos destinados al comercio marítimo, como los cereales, vino y aceite. Este aspecto pone de manifiesto el peso que tuvo la actividad comercial en esta ciudad fenicia.
Urbanismo
Las campañas arqueológicas ejecutadas en el yacimiento han puesto de manifiesto la existencia de distintas viviendas, entre las que sobresale la planta completa de una casa de grandes proporciones de perímetro rectangular de finales del siglo VII a. C.
Las viviendas se construyeron sobre bases de piedra y muros de adobe, y se dividían en habitaciones de base rectangular organizadas en torno a un patio central.
Otra característica del urbanismo es la existencia en su zona central de una vía de unos 5 metros de ancho que poseyó un carácter comercial, como apunta la aparición en sus laterales de habitáculos cubiertos y abiertos a la calle, que responden a establecimientos dedicados al intercambio de productos y mercancías.
También hay constancia de una necrópolis de incineración, conocida como Cortijo de Montañez, datada en el siglo VI a. C., que situaría en los terrenos donde actualmente se encuentra el Polígono Industrial Villarrosa.
Relación con la población indígena
La consolidación de un asentamiento fenicio tenía en unas relaciones cordiales y fluidas con la población autóctona un pilar de primer orden, principalmente con la clase dirigente, que permitía el aprovechamiento de los recursos económicos de la zona. Por tanto, la élite indígena conoció un afianzamiento dentro de la estructura social autóctona, siendo usuales los intercambios de regalos de lujo, como la orfebrería de oro.
Los intercambios comerciales fueron la base de las relaciones con los asentamientos indígenas, generando una reactivación de la economía de la región colonizada, teniendo en los metales y los productos agrícolas los elementos más demandados. Por su parte, los fenicios nutrirían estos intercambios con vino, aceite, púrpura y productos de pesca, como la salsa garum.
Otros ámbitos que conocieron modificaciones fruto de la instalación del pueblo fenicio fue la producción cerámica, debido a la introducción del torno de alfarero, la adopción de nuevos elementos decorativos y aumentando además la variedad tipológica, y el trabajo metalúrgico con la adopción de nuevas técnicas, como el tratamiento del bronce en hueco.
Una de las principales aportaciones de la civilización fenicia fue su sistema de escritura, considerado el “padre” de los alfabetos. Era un sistema de escritura consonántico y estuvo en vigor desde el siglo XI a.C. al siglo III d.C., siendo el sentido de la escritura de derecha a izquierda.
Todo contacto entre pueblos genera un proceso de intercambio cultural mutuo. Está interacción se hace más sólida cuando el grado de consolidación de la población colonizadora se va afianzando, dando lugar a una simbiosis de elementos, como manifiesta, por ejemplo, que en piezas cerámicas se entremezclen motivos decorativos autóctonos y del Mediterráneo Oriental, punto del que procedía el pueblo fenicio.
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