lunes, 2 de diciembre de 2013

¿Fenicios en América?

La hipótesis del descubrimiento de América por los fenicios es tan antigua como el propio Colón. El gran almirante estaba convencido de que la flota fenicia que llevaba cada tres años productos exóticos al rey Salomón tenía su amarradero frente a las costas Veragua. A falta de pruebas documentales que demuestren el descubrimiento de América por los fenicios, un nutrido corpus de inscripciones repartidas por todo aquel continente parecen acudir en defensa de tales teorías. Curiosamente las inscripciones cartaginesas son especialmente abundantes en Norteamérica, en tanto que las fenicias aparecen predominantemente en Sudamérica. Solamente en los alrededores de Harrisburg (Pensylvania) se han catalogado hasta cuatrocientas inscripciones "cartaginesas" sobre roca dura. Entre las sudamericanas destaca la del monte Gávea, cerca de Río de Janeiro, descubierta en 1836. Se trata de un monumental conjunto de signos tan desgastados por los elementos que cualquier imparcial tomaría por estrías naturales de la roca o signos caprichosos trazados por algún antiguo y ocioso visitante. Pero los partidarios de las exploraciones fenicias en América se han esforzado en ver lo invisible y proponen la siguiente pintoresca lectura: "Cerca de esta roca numerosas tablas de madera de roble para barcos depositadas en una playa pedregosa". Otros obtienen una lectura ligeramente distinta: un informe de las exploraciones de Badesar Tiro, hijo de Jetbaal, hacia el 850 a. De C. La más famosa inscripción fenicia es la de Paraíba, hallada en una plantación de Pousso Alto, Brasil, en 1872. El texto comienza así: "Somos cananeos sidonios de la ciudad del rey mercader. Hemos sido arrojados a esta isla lejana y montañosa. Hemos sacrificado un joven a los dioses y diosas celestes..." Esta inscripción, que en su tiempo fue declarada falsa , vuelve ahora a la palestra para apoyar la tesis fenicia en América. Ya puestos, convendría decir dos palabras sobre las otras inscripciones precolombinas. Cada año engrosan el catálogo docenas de nuevas inscripciones, casi siempre descubiertas sospechosamente cerca de modernas ciudades. Todas son falsas, algunas increíblemente burdas y trufadas de errores gramaticales de grueso calibre (a pesar de estar extraídas de textos de epigrafía). Aunque solamente la décima parte de las inscripciones fuera auténtica, forzoso sería llegar a la conclusión de que este continente fue repetidamente visitado y explorado en la antigüedad por una legión de navegantes grafómanos. Florecen en América junto a una mayoría de inscripciones púnicas, muchas otras egeas, cretenses, protogriegas, cananeas, celtas, libias, egipcias, etruscas, griegas y romanas. Incluso se ha encontrado una en silabario ibérico, lo que probaría que navegantes procedentes de la península ibérica llegaron a la localidad norteamericana de Goodyear mil quinientos años antes que Colón. Últimamente se especula sobre la posible autenticidad de algunas de estas inscripciones alegando que contienen elementos lingüísticos aun desconocidos cuando se descubrieron. También se aducen otras pruebas arqueológicas , templos y círculos druídicos, santuarios celtas presididos por el falo, etc. En América se dan casos extremos de falsificadores que en su noble afán por alcanzar la perfección, no reparan en que la sospechosa contundencia de las pruebas que esgrimen acaba escamando al más crédulo observador. Si el brasileño Bernardo da Silva Ramos, un millonario cauchero de los años treinta apasionado por la Arqueología, se hubiera limitado a publicar media docena de inscripciones antiguas es posible que le hubiesen prestado algún crédito. Pero, como era hombre de posibles y quería unir legar su nombre a la posteridad si fuera posible unido indeleblemente al descubrimiento de América, publicó un grueso y lujoso volumen en el que se contenían más inscripciones de las que es posible reunir en Europa y Asia. Nadie lo tomó en serio dado que, como el dicho expresa "lo poco entretiene pero lo mucho cansa"

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